Córdoba, regreso a la ciudad del buen olor tras demasiados años
Bajarse del tren de alta velocidad y encontrarse la estación llena de basura, como si estuviera en plena hecatombe zombie, era lo último que me esperaría de la ciudad que, en un arrebato comparador, coloqué a la cabeza de mi particular top de capitales españolas. Qué asco. Al salir de esa pocilga llamada estación y andar cuatro pasos, volvió a inundarme ese añorado olor a cítricos, naranjos, azahar y limones. Me brotaron las lágrimas. Había vuelto a Córdoba, 15 años después, y era tal cual la recordaba.
El faro de la mezquita – catedral, comúnmente llamado minarete, guió mis pasos hasta el hotel, que se encontraba a pocos metros de esta. Por el camino, totalmente de noche, no dejaron de asaltarme los recuerdos de la frugal visita que tan hondo me había calado. Los jardines del paseo de la Victoria, la muralla, todo seguía como siempre y a la vez, como nunca. A cada paso veía una foto. El reflejo de la luna en el suelo adoquinado, el susurro de los pequeños canales de agua, el frescor del naranjo recién florecido, la alegría de las risas que provenían de los bares, la imponente sobriedad de los arcos rojiblancos de la mezquita. Todo en Córdoba me parecía un sueño.
Esta vez tenía tres días por delante para conocer cada rincón y cada calleja de esta ciudad tan andalusí. Un difícil reto, más aún cuando todos los lugares que te atrapan de Córdoba los encuentras por accidente, al igual que aquel que encontró un atajo, y ni corto ni perezoso, bautizó así a la estrecha callejuela: He encontrado un atajo.
Me puse en marcha con unos más que viejos playeros y con mi inseparable cámara, que seguro vio más de lo que aquí reflejo. Sé que los jardines del Alcázar de los Reyes Católicos le encantaron, pues ni corta ni perezosa sacó fotos, desde las profundidades de los baños árabes, hasta del último de los chorritos de los estanques junto a los que las ancianas parejas volvían a sentirse como recién enamorados.
Sé que los lugares altos son su debilidad, por eso el primer sitio al que la llevé, bien temprano por la mañana, fue a lo alto de la torre de la Calahorra. La exposición no le interesó lo más mínimo, pero las vistas desde la puerta de Córdoba: eso era otra cosa. Incomparable en altura es el faro torre minarete de la Mezquita – catedral de Córdoba, pero, aun a pesar de su tamaño, la panorámica no es tan evocadora como la de la torre de la Calahorra. Cuestión de perspectiva, supongo.
Y desde lo alto del faro torre, me arrastró hasta el interior del lugar que ha puesto a Córdoba en el mapa de todos los japoneses y amantes del buen arte: la antigua mezquita, reconvertida burdamente en catedral. Sus inconfundibles arcos entre penumbra, apenas iluminados por las primeras luces, son toda una delicia para los sentidos, con lugares tan delicados como el mithra, que soberbiamente crearon los antiguos árabes andalusíes usando únicamente motivos geométricos. Dicen que aquí de noche se vive el Alma de Córdoba, pero no sé si fue porque le prohibieron recordar la visita a mi cámara, o porque recorrer un sitio mágico en manada siguiendo las instrucciones de los guías va contra su espíritu, que esta nueva interpretación no le gustó nada.
Mucha más alma había en las Caballerizas reales con el espetáculo de Córdoba ecuestre, lugar en que jinetes y caballos andaluces bailan todas las noches al son de sevillanas, en una animada fiesta llena de duende.
Hablando de color, los patios de Córdoba son una agradable explosión cromática muy del gusto de ella, que vestida con el filtro polarizador, se lo pasó genial admirando los patios del Palacio de Viana. Una docena conoció, todos ellos con su propio carácter, además de recorrer los entresijos de la noble vivienda. No contenta con ello se acercó hasta el premiado patio de Marroquíes, otro de tantos patios emblemáticos de este antiguo califato.
En ningún momento le flaquearon las ganas de descubrir rincones como el del pañuelo, el de las flores, el de las cabezas o el de Pedro Mora, a pesar de las tentaciones que encontraba en el camino del tipo de Desaparezca aquí o señales de peligro tan claras como Cuesta pero mato. Siempre atenta a los detalles, en el momento de guardarla en la mochila para partir de Córdoba, me confesó que la luz y alegría que había visto en este laberinto árabe la habían cautivado.
Y eso que no paladeó los flamenquines, la berenjena con miel, el bacalao con naranja, ni se rió con las bromas continuas de los cordobeses, ni descubrió cómo de bonita huele Córdoba. Lo que es seguro, es que volverá en mucho menos tiempo que yo.
Información para visitar Córdoba:
- Dónde dormir: Hotel Posada de Vallina 3*. Bonito hotel al lado de la mezquita, en pleno centro, con buen desayuno.
- Turismo de Córdoba
Que sitio tan chulo y que imágenes tan buenas Víctor
Gracias! Es una ciudad muy fotogénica a parte de preciosa
Hola me encantan las fotos! Pero un apunte de toda la vida de dios la torre minarete de la Mezquita se llama así, es una mezquita, no se porque la llamáis Catedral, yo ahí no veo ninguna! xd
Hola Sara! Puse Mezquita – Catedral porque el conjunto entero quieren llamarlo así. Realmente Basílica – Mezquita – Catedral, pero me parecía ya mucho lío, así que lo recorté. Un saludo!