Conociendo Budapest en un Trabant (una experiencia irrepetible)
¿Alguna vez has conocido una ciudad conduciendo un coche clásico? A mi es una experiencia que me encanta. La probé por primera vez en la eterna Roma, conduciendo un coqueto Fiat 500 clásico, y fue amor a primera vista. Fueron más de tres horas de risas continuas, así que cuando volví a Budapest, no me pude resistir a vivir la experiencia «a lo húngaro».
Esta vez el vehículo era un vetusto Trabant, un clásico de los países comunistas. Fabricado durante los años 60 en Alemania del este, el Trabant es un coche duro, arisco, creado para desplazar a la gente de una forma barata. Tanto se redujeron sus costes, que no tiene indicador del nivel de gasolina, y su carrocería, es una fibra derivada del cartón.
Con esta carta de presentación uno casi podría pensar que conducir un Trabant es más una venganza que un placer, y algo de razón no te faltaría, pero como ocurre con todos los coches clásicos, cuanto más lo conduces, más cariño le coges.
Sus frenos bruscos, casi inexistentes. Su rudeza para cambiar de marchas. Sus luces que apenas iluminan. Sus pequeños asientos que apenas amortiguan los secos golpes de los amortiguadores.
Todo parece creado para mayor incomodidad del conductor, pero cuando ves a la gente girándose para ver al viejo Trabant, parándose en medio de la calle para hacerse fotos con él, o a los coches modernos saludándote por la ventanilla, a uno se le cambia la cara y empieza a disfrutar de la experiencia Trabant.
El coche es muy sencillo, sí, pero en el caben cuatro personas de una forma más o menos cómoda, lo que le convierte en un buen medio de transporte para conocer una ciudad tan bonita como Budapest.
Mi experiencia con Rent a Trabant empezó justo al atardecer de un frío día de invierno. La guía llegó conduciendo el Trabant beige que nos llevaría a mi compañera y a mi a recorrer Budapest.
Empezamos la visita por el barrio judío. La guía conducía el coche a la manera húngara mientras nos iba explicando los lugares que íbamos visitando, como los grandes grafitis, para llegar, vía la avenida Andrássy, hasta el parque Városliget, donde se encuentra el balneario Széchenyi y una gran pista de patinaje sobre hielo (solo disponible en invierno).
Visitamos también el monumento del milenio antes de volver a nuestro Trabant y emprender camino hacia el gran Parlamento, edificio emblemático de Budapest.
Durante todo este tiempo la guía iba conduciendo el Trabant sin apenas dificultad. De una manera ruda, es cierto, pero desenvolviéndose bien entre el tráfico de la capital húngara. No me quería ni imaginar como lo podría hacer yo, con esa palanca de cambios horrenda al estilo de los Lada y otros engendros soviéticos.
Entre cavilaciones y luces de navidad llegamos al Parlamento de Budapest, y tras unas fotos de rigor, llegó el momento decisivo: ponerme a los mandos del Trabant para luchar con el viejo coche.
Y la cosa fue mucho más sencilla de lo que me esperaba. Vale que el Trabant es un coche antiguo y duro de conducir, pero se comportaba de una forma relativamente suave e incluso agradable de conducir. Tenía buena visibilidad por las ventanas, la palanca de cambios era mucho más sencilla de lo que parecía a simple vista, y la dirección era muy precisa (aunque se iba hacia la izquierda al frenar).
Con mi confianza por las nubes, me había convertido en una bestia al volante del Trabant, correteando entre los inmensos coches modernos sin apenas miedo (aparentemente), e incluso atreviéndome a salir rápido en los semáforos.
Los Trabant son coches muy duros, creados para conducirlos con fiereza, e incluso agradecen que pises los pedales a fondo para exprimir todo el poder de su pequeño motor.
Como la cosa iba tan bien, conduje hasta el castillo de Budapest, por donde hicimos un pequeño recorrido turístico, y por algunos de los puentes de la ciudad, como el de las cadenas.
Si Budapest ya es una ciudad bonita, poder conducir por ella, visitando los monumentos más importantes en una tarde, para un friki de los coches como yo, no tiene precio.
Y cuando ya me iba acostumbrando a las duras sensaciones del Trabant, nuestra excursión llegaba a su fin.
Dos horas de recorrido por Budapest a bordo de un Trabant dan para mucho, siendo una forma genial de conocer la ciudad acompañados de una guía de excepción, de disfrutar de un trozo de su historia viva, y de vivir una experiencia única que en muy pocas otras ciudades puedes experimentar.
La guía me preguntaba si a los españoles nos gustaría conducir un Trabant por Budapest, y yo le respondía, ¿a quién no le gusta vivir una experiencia única en una ciudad tan bonita como Budapest?
Cómo conducir un Trabant en Budapest
- Hay varias empresas que comercializan esta actividad, siendo la mejor Rent a Trabant. Ofrecen diferentes tours por la ciudad, con diferentes modelos de Trabant, para ajustarse a nuestros gustos. Sobre tarifas, lo mejor es escribirles a ellos directamente a su email, aunque la experiencia es más barata que en otras ciudades como Berlín o Praga.
- En 2 días se puede ver los puntos emblemáticos de la ciudad, aunque es recomendable estar 3 ó 4 días para disfrutarla más. En verano no es nada descabellado vivirla durante unas cuantas semanas.
- Qué hacer en Budapest
- Free tour por la ciudad, ¡gratis!
- Visita guiada de 3 horas
- Visita guiada + parlamento
- Visita guiada por el parlamento en español (imprescindible)
- Relájate en el balneario Széchenyi (el más grande)
- Darte un chapuzón en el balneario Gellért
- Crucero por el Danubio con cena y música en vivo
- Paseo en barco por el Danubio al atardecer
- Paseo en helicóptero
- Excursiones de un día desde Budapest
- Esztergom, Visegrád y Szentendre, tres de los pueblos más bonitos de Hungría
- Viena en un día
- Lago Balaton y Herend
- Szentendre, el pueblo de los artistas
- Puszta y espectáculo ecuestre
- Hoteles a buen precio en Budapest
- Turismo de Budapest
Pues no me parecería mal para España cambiar los GoCar turísticos por biscúters.
A mi una vez se me ocurrió la locura de alquilar un tuk-tuk para recorrer Sri Lanka de arriba a abajo.
Una buena experiencia para un día pero no para un mes, sobretodo si mides 2 metros jajaaja. No tenía indicador de gasolina, iba como mucho a 40 km/h (o 5 km/h subiendo las cuestas de Haputele). Por otro lado me costó 150€ todo el mes.
Lo mejor, el pararme a mirar los mapas y que la gente se subiese pensando que era un taxi.
¡Qué buena experiencia! Cuando estuve por Sri Lanka quedé con ganas de hacer eso y recorrer la isla a mi aire, tiene que ser una pasada. Un saludo!
Una experiencia curiosa que me gustaria intentar jajaja Supongo que cuesta acostumbrarse a conducir ese encantador vehiculo.
Si tienes tiempo echa un vistazo a mi blog de viaje: http://voyagetips.com/es/ – ¡No tiene perdida y no muerde!
¡Un saludo Victor!
Tiene su cosa el coche, pero al final te acostumbras a pelearte con él jeje. Gracias por recomendarme tu blog, no lo conocia. Suerte con el proyecto!