Mis 20 años como influencer de viajes
En 2005 comenzaba este blog de viajes con estas palabras en su primer artículo: «Unas cuantas fotos de Almadén, un pueblo de Ciudad Real, por el que estuve en semana santa.»
Unas palabras llenas de honestidad, sin ninguna intención más allá de la descrita. Mostrar unas cuantas fotos, que acompañan el artículo. Fotografías realizadas con una cámara digital que iba a pilas, con apenas 3 megapíxeles, y que aún conservo con cariño en mi disco duro y copias de seguridad.
Que tiempos aquellos en que un estudiante de universidad podía abrir su blog en una tarde sin ninguna pretensión de hacerse millonario, crear una marca personal, marcar huella o perseguir un propósito vital.

Tan solo estaba motivado por lanzar al mundo algunas de mis experiencias que esperaba fueran útiles para alguien. Me daba igual si conocido o desconocido, terrícola o extraterrestre. Tan solo quería que mis experiencias y aventuras viajando pudieran ser útiles. Quizás para que alguien visitara otro rincón, o se animara a visitar un lugar que no tenía previsto, o tan solo disfrutar viendo varias fotografías.
Eran unos tiempos llenos de inocencia y buenas intenciones. Internet era un campo de libertad y ganas de cambiar el mundo. Buscar algo online aún no era sinónimo de Google, las redes sociales no habían secuestrado nuestra atención, y éramos pocos los osados que publicábamos algo en el ciberespacio.
Eso sí, sin mostrar nuestra foto ni apenas compartir datos nuestros. Éramos ingenuos, pero cautos ante lo que pudiera pasar.
Eran tiempos de experimentar, probar, aprender, buscar, crear, innovar.
Con cada nueva publicación, con cada fotografía tomada, con cada comentario recibido en los artículos o por email, con los datos de las analíticas de visitas, iba comprobando que aquel experimento empezaba a gustar.

O por lo menos yo lo interpretaba así. Venía de gestionar una web de rallyes durante años, así que conocía cómo era el mundo de las webs, pero no la creación de contenidos. Eso era algo nuevo. Así que empecé escribiendo sin tildes, para agilizar la escritura.
En aquellos tiempos creía que era un inútil con la palabra escrita. Ahora una de las acciones que más disfruto es juntar letras, no sé si bien o mal, pero por lo menos despierto alguna emoción de vez en cuando.
Aquellos tiempos de ingenuidad, de publicar por el mero gozo de crear una obra y compartirla en un muro virtual, me empezó a traer alegrías más pronto que tarde. Invitaciones a viajes por todo el mundo, conocer a otros más frikis de los viajes que yo, compartir aventuras con algunos de mis ídolos, mejorar mis fotografías, incluso publicar en otros medios de comunicación.
Porque resulta que mi experimento de blog de aventuras personales se estaba convirtiendo en un medio de comunicación. Y los que aportan contenido a estos medios son considerados periodistas, que gozan de cierto estatus social que desconocía. El primero es que todo el mundo muestra su mejor cara ante un periodista para que comparta esa cara con su audiencia. De esto me di cuenta muy pronto, gracias a mi experiencia con la web de rallyes, por eso más pronto que tarde empecé a criticar las actitudes que no me parecían justas ni correctas, sobre todo si amenazaban la integridad de las personas y del destino.
Después llegaron las redes sociales, redes en las que muchos quedaron atrapados, cambiando su creación altruista en el blog por contenidos atrayentes en la red social. Empezó la tiranía de los likes, los followers, tanta gente te sigue, tanto vales, a tantos viajes vas. Fue una auténtica hecatombe para la inocencia. Veía cómo auténticos novatos sin escrúpulos, que solo querían viajar gratis, copaban la atención de la audiencia con prácticas que rayaban lo decente. Lo que ahora se llama clickbait, de aquellas se llamaba manipular en el mal sentido.
Poco a poco empecé a desencantarme con la idea inicial. Me había creado un trabajo a medida. Un trabajo remoto, que me obligaba a viajar por el mundo, en el que tenía que escribir todas las semanas, y mostrarme en ciertas redes sociales. Un trabajo de ensueño para la gran mayoría, a razón de cuántas veces he escuchado «qué envidia» cuando decía que era blogger de viajes. Ahora tengo que decir que fui influencer de viajes, porque eso de blogger ya nadie lo entiende.
Fueron unos grandes tiempos llenos de geniales compañeros de viajes. Compartir aventuras con ellos, picarnos para hacer mejores fotografías, comparar cómo transmitía cada uno su viaje, hablar sobre cómo monetizar, todo eso era la sal de la vida en este fascinante viaje que fue asentar los pilares de la creación de contenidos, la marca personal digital y el marketing de influencers.

Ahora mismo, en 2025, todo se ha ido de madre y el panorama está plagado de empresas de marketing que venden algo que no saben hacer, porque hace falta auténtica pasión por crear el contenido para hacer buen contenido, pero como el que compra tiene aún menos idea, hacen un tándem perfecto para perder el tiempo.
La creación de contenidos siempre ha funcionado, la marca personal siempre ha sido lo más efectivo, y el marketing de influencers es más viejo que las pirámides de Egipto, pero como todo en la vida, que sea efectivo no quiere decir que sea fácil de hacer.
También cantar, ser locuaz, correr o lanzar una pelota son acciones en apariencia sencillas, pero hacerlas al nivel de un Pavarotti o de un Usain Bolt, es otra película. Y en las redes sociales, el nivel de comparación es ese.
Cómo me gustaría que los veinteañeros de ahora, que tienen la misma edad que yo cuando comencé este blog, pudieran probar aquel mundo por una semana. Un mundo donde recibir cinco comentarios en un artículo te hacía la persona más feliz. Donde recibir un email con alguien que te daba las gracias por un consejo publicado en tu blog te daba motivos para escribir durante varios meses. Donde saber que hiciste la foto que realmente plasma tu visión del lugar que estás visitando, y no puedes esperar para publicarla en tu blog, le daba sentido a tus días.
Supongo que esta es la morriña típica del abuelo cebolleta que recuerda tiempos pasados. Que no sé si serían tiempos mejores o peores, pero eran más pausados, con más conexión y con menos postureo.
Así he vivido estos 20 años creando contenidos en este blog de viajes. Empezó como una afición, se convirtió en una profesión, y ha vuelto a ser una bonita afición.
En este vídeo te comparto datos más prácticos, como visitas, facturación, y cómo ha ido evolucionando la creación de contenidos. Todo un trabajo de arqueología, y eso que aún no tengo canas en el pelo.
¿Cuáles serán las siguientes aventuras?
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