Cuando nos enamoramos de un destino

Es curioso como funciona el amor. Hay personas, lugares, momentos que nos encandilan localmente apenas conociéndolos, y otras cosas que las vemos día tras día que siguen dentro de nuestra indiferencia.

Un atardecer en Fuerteventura o en cualquier lugar del mar
Un atardecer en Fuerteventura o en cualquier lugar del mar

Con los destinos turísticos creo que pasa algo parecido. Hay sitios que visitamos una y otra vez y no terminamos de cogerles el punto (así por pensar rápido, nuestro trabajo, la consulta del médico, o una ciudad a la que vamos obligados que no nos da más), pero otros lugares, con apenas estar un par de horas, se nos graban en el corazón para toda la vida.

¿Será porque las playas paradisiacas nos encantan? ¿O las inmensas catedrales góticas nos parecen tan majestuosas que caímos rendidos a su ostentación? ¿O quizás que las largas noches de fiesta nos gustan más que cualquier otra cosa? No creo.

En mi pequeña experiencia viajera, los lugares que más me han marcado han sido por las emociones vividos en ellos. Ver amanecer junto a una persona especial, llegar a una playa recóndita donde te has dado el baño que ansiabas con tantas ganas, alucinar con los colores que te regala el sol al atardecer, disfrutar con largas charlas alrededor de una mesa repleta de cervezas, o colarte en una fiesta donde nadie te ha invitado y te reciben con los brazos abiertos.

En tu fiesta me colé...
En tu fiesta me colé…

Eso son buenas emociones, que se quedan marcadas bien hondo, y no esa tontería que nos quieren vender ahora de que los viajes son experiencias, como si fueramos yonkies coleccionistas de adrenalina.

Si un destino se tiene que vender por todo lo que puedes hacer, es que está hueco, vacío, no te va a llegar a lo más profundo de tu ser. Para llegar ahí, te tiene que emocionar. Por ejemplo, una experiencia es visitar el Coliseo de Roma, y la emoción se dispara cuando la guía te hace imaginarte que eres un gladiador cruzando la gran puerta de entrada al foso mientras miles de romanos corean tu nombre. Y si además vas vestido como un gladiator, el momento es sublime.

Esa es la diferencia entre experiencias, algo banal que puedes hacer tanto en el otro lado del planeta como cerca de casa, y las emociones, algo que solo pudiste haber vivido en ese lugar, porque esa emoción solo pertenece a ese rincón del mundo (y de tu corazón).

Enamorarse es algo muy bonito, así que te animo a que busques eso que te hace tilín, y te aventures a vivirlo, más allá de las aburridas experiencias que intentan vendernos los operadores turísticos. En medio planeta se puede hacer barranquismo, tirolina, comer muy bien y visitar un spa, pero solo en la India puedes colarte en una auténtica fiesta hindú o solo en Roma puedes conducir un Fiat 500 clásico reviviendo la Dolce Vita.

Los más cínicos dirán que también está el desamor, que para que arriesgarse a vivir buenas emociones si puedes vivirlas tan malas que no se te borren de la cabeza. Que quieres que te diga, en mi caso prefiero aventurarme a sentir emociones, tanto buenas como malas, ya que los momentos en que son buenas, son tan geniales que compensan de sobra la gran cantidad de malas situaciones que puedo llegar a vivir.

Triángulos en Estambul
Triángulos en Estambul

Y total, ¿qué es lo peor que te puede pasar? ¿Que estés triste unos días? ¿Que tus expectativas se vean pisoteadas sin misericordia? ¿Que te sientan un desdichado por el resto de tus días? Pues ponte en pie y ve poco a poco recomponiéndote, que el mundo está lleno de buenos momentos y geniales emociones. Es todo cuestión de ir aprendiendo de lo vivido y de seguir eso que más te llama (y que hace que tu risilla de loco aparezca con tan solo imaginártelo).

Basta ya de ser coleccionistas de postales aburridas para instagram, de ir «haciendo» ciudades y países como si viviéramos en una gymcana patrocinada por Tripadvisor, de forzarnos a visitar más y más templos, monumentos y restaurantes que la próxima semana ya no vamos a recordar.

Mi sugerencia es que busques qué te emociona y vayas a por ello. Seguro que así tus viajes van a ser dignos de ser escuchados y van a inspirar a lo demás a una de las cosas más bonitas que hay: vivir emociones.

¿Cuál ha sido el último destino que te ha enamorado?

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