Se nos rompió el turismo de tanto usarlo
El turismo se nos ha ido de las manos, si no que se lo pregunten a cualquier habitante de Madrid, Barcelona, o la misma Gijón, una pequeña ciudad en la que vivo y que ha visto un cambio brutal con la invasión turística.
Un país como España recibe al año 92 millones de turistas. Vivimos en él 48 millones. Casi recibimos el doble de visitantes, sin contar los turistas nacionales. Sin entrar en detalles, algo me dice que soportar una masa de población de 65 millones de personas al año no sale bien.
Para muestra un botón. Como te he comentado, vivo en Gijón, una pequeña ciudad donde la vida es tranquila y agradable. Los niños juegan en el parque sin que sus padres los vigilen en todo momento, hay muchos parques y árboles frondosos, la comida está muy rica y el mar es un regalo cada día.
Un buen sitio para vivir.
Y también para visitar como turista.

Tiene la combinación perfecta para cualquier turista del planeta. Buena comida, bonitos paisajes, gente amable y unos cuantos monumentos históricos de talla mundial.
Todo pinta perfecto, salvo un pequeño detalle.
Una ciudad tan pequeña (unos 300.000 habitantes) no tiene capacidad para soportar una gran cantidad de turistas. Así ocurren cosas tan curiosas como que para reservar un restaurante en verano tienes que llamar una semana antes de ir.
O que en el centro, los menús del día estén a precios superiores que en el centro de Madrid o Barcelona (la calidad también es superior, todo hay que decirlo).
Del precio de la vivienda mejor no digo nada. Antes, hará unos 6 años, podías vivir de alquiler en primera linea de playa por unos 1.200€ al mes. Ahora no bajan de 2.400€. Vale que no hace falta vivir en la playa, hay muchos barrios acogedores, pero es que en esos barrios los alquileres han subido unos 200€ de media en 6 años. Los sueldos no han subido tanto.
Como los alojamientos suben tanto por diferentes causas (no estoy yo para señalar culpables, que posiblemente sea uno de los primeros con la promoción turística que he hecho todos estos años), el resto de cosas indispensables para la vida también tienen que subir.
Supermercados, peluquerías, tiendas de ropa, librerías, heladerías, sidrerías, y cualquier otro comercio que se te ocurra (sí, incluso ese).
Todo ha subido porque como durante unos meses al año puedes vender a casi cualquier precio, gracias a los turistas visitantes, te da igual quedarte sin apenas clientes locales. Que se busquen otras opciones.

Así empieza a haber comercios de estacionalidad, y peor aún, la calle principal, la calle Corrida, está repleta de restaurantes de comida rápida.
Ojo a esto. En una meca gastronómica como es Asturias, en la principal calle de una de sus ciudades, tan solo un restaurante clásico, Casa Baizán, resiste el embite ante las cadenas de comida rápida.
El resto de comercios de la calle son los mismos que te encuentras en cualquier otra ciudad. Cadenas de fast fashion salpicadas de farmacias y loterías del estado.
La calle comercial, lugar donde antaño se exhibian las mejores tiendas de la ciudad, con los modelos de la temporada, se ha convertido en una calle genérica que solo te sitúa en Asturias si escuchas el acento de la gente de la calle.
El resto, como en cualquier otro lugar de Europa.
Ya no tiene identidad propia.
Lo curioso es que me consta que justo el éxito de por qué ciudades como Gijón, y muchos otros puntos españoles gustan tanto, es porque tienen una identidad propia tan marcada. Los sientes únicos, propios, personales, con un ambiente y un alma que solo encuentras ahí.

De todas las ciudades de España, creo que solo Bilbao es capaz de mantener, con mucho esfuerzo, su identidad propia. Por lo menos expulsaron las cadenas de comida rápida del centro, que en Bilbao hay que comer bien, no esos productos comestibles atiborrados de aditivos.
Todo apunta a que este modelo turístico actual seguirá creciendo, desenfrenado, porque se gana algo de dinero hoy. Otra cosa es lo que ocurrirá en unos años vista, cuando hayamos perdido toda nuestra identidad, y vivamos en una ciudad que no sabes si está en España, Alemania o Estados Unidos.
Creo que a nadie nos gustaría vivir en Jacksonville, Misouri, donde main street y wall street son el armazón de la cuadrícula de calles, igual que en Jacksonville, Florida, o en Jacksonville, California, o en cualquiera de las decenas de ciudades genéricas norteamericanas.
A mi me gusta vivir en ciudades que tienen sus locuras propias, como Ferrol, con sus meninas pintadas en las fachadas, o Las Palmas de Gran Canaria, con la gente tocando el timple en las terrazas de las Canteras, o como Oviedo, que tiene estatuas hasta de los viajeros.
Supongo que para tener locuras propias los ciudadanos tienen que poner límites para no perder su identidad, impulsando la economía con sectores que sí dan dinero como el tecnológico, la salud o la agricultura, y no dejándose llevar por los cantos de sirena del turismo, que como actividad productiva, es un desastre.

Y si no que le pregunten a Amsterdam, que de crear el cartel de I ♥ Amsterdam, tras estudiar el impacto del turismo en la ciudad durante 15 años, se dieron cuenta de que estaban perdiendo dinero y emprendieron la campaña de «no nos visites».
Quizás algún día podamos ver un poco más allá de ganar un poco de dinero hoy a costa de dinamitar nuestro futuro, porque de tanto usarlo, se nos está rompiendo el turismo.
Espero que sepamos rectificar a tiempo, porque pocas cosas hay más bonitas que viajar a otros lugares del mundo para conocer su identidad, alucinar con sus locuras, y también, cuando has llegado al límite de exotismo, tener algún restaurante de comida rápida donde anestesiar tu paladar.
Confío en que seamos capaces de conseguir el equilibro entre lo propio, lo global, y el que puedan visitarnos los turistas sin deshauciar a los locales. Porque ninguna de las otras opciones me parecen atractivas para ir a visitarlas.
Hace ya mucho que se ha iniciado este proceso, y no parece que tenga marcha atrás. Es dinero fácil. Y los humanos somos poco de pensar en el día de mañana. Viajar ahora es mucho peor que hace unos años. Todos los sitios donde he vuelto a ir, son más aburridos y están mucho más llenos de gente. Y muchos de los sitios que tenía pendiente de visitar ya no me atraen.
Ya no publico información de los viajes que hago. Si publico alguna foto no digo de dónde es. Culpables hay muchos, pero el medio está claro: los móviles y las redes sociales.
Lo que comentas lo ví en fotografía hará unos 15 años, cuando los fotógrafos más top dejaron de indicar dónde eran las fotografías, para no estropear lugares naturales ni fomentar las marabuntas de gente en sitios delicados.
Parece que el anonimato es el nuevo tesoro.