Amberes, una historia de diamantes en Bélgica
Cuenta la dama Historia una curiosa anécdota acerca de un gran pintor de antaño, sobre cómo aceptó joyas y diamantes a modo de pago por sus servicios artísticos a lo largo de una vida plena y exitosa, llena de reconocimientos y admiración tanto a su persona como hacia su trabajo. Tal curioso hombre no era otro que Peter Paul Rubens, amberino que vivió con un pie en el siglo XVI y otro en el XVII, sumergido en el periodo más brillante del Barroco.
Pero hay un fragmento que la Historia ha querido guardar para su disfrute personal, olvidando convenientemente compartirlo con la Humanidad y, durante varios siglos, hemos permanecido inmersos en una sombra parcial. No obstante, una mujer fue el detonante de este extraño relato, de esta increíble verdad:
«Lo primero que captaron sus ojos fue la magnificencia de la estación de Amberes, los destellos de la piedra, las impresionantes cristaleras, los suelos marmóreos que le sugerían grandes tableros de ajedrez… Había tanto que ver, tantos detalles, que se pasó allí un largo rato, sintiéndose como en otra época, algo steampunk, quizás.
Una mano agarró su brazo, sacándola de su burbuja de imaginación y devolviéndola a la realidad. Era la primera vez que visitaba la ciudad, pero habían venido por un único motivo, en modo visita exprés, y sabía que lo más probable era que no le diese tiempo a salir del Barrio de los Diamantes.
Hacia el mismo centro del mundo se dirigió (centro del mundo para ella, al menos). A cada negocio frente al que pasaba, se sentía más como una niña en una inmensa tienda de golosinas, pero, esta vez, las chucherías eran brillantes, no se comían y resultaban especialmente caras. La mano que la había sacado de la estación y la había guiado hasta su Barrio de Ensueño la invitó a cruzar una puerta refulgente y, con un perfecto inglés, pidió al dependiente, vigilante tras un luminoso mostrador, “su mejor anillo de compromiso, la obra de arte más bella que hubiera en su tienda”.
Al instante, el dependiente todo trajeado, con una medida sonrisa, sacó unas bandejitas a velocidad supersónica, mas sin despeinarse. La muchacha, ansiosa, casi se abalanzó sobre los anillos, observándolos bien de cerca, estudiándolos concienzudamente. Había auténticas bellezas, maravillas facetadas. Pero no. No encontraba “El anillo”. ¿No había nada más…impresionante?
El dependiente parecía levemente molesto ante la sugerencia de que sus colecciones no eran lo bastante buenas para una pareja de novios. Se excusó con un leve y agradable acento francés y desapareció en la trastienda. Muestra tras muestra, fueron perdiendo la noción del tiempo todos los que en aquel comercio se encontraban, hasta que una suave alarma marcó el cierre inminente del establecimiento.
Y entonces ocurrió.
Un reflejo irisado captó la atención de la futura novia, quien se abalanzó sobre su diamantina presa cual puma hambriento y (no, no se lo comió) comenzó a dar saltitos de emoción contenida mientras esperaba a que el dependiente se la mostrara. Este, aliviado, sacó el estuche que lo contenía y se lo tendió con galantería a su clienta, que no cabía en sí de gozo.
¡Por fin! A partir de aquel momento, todo sería perfecto. Su vida resultaría la más feliz; su casa, la más hermosa; sus hijos, los más guapos y triunfadores; ella, la más envidiada. Ese anillo había marcado su destino… Pero no quería saber cuánto costaba, que seguro que eso le daría mala suerte. Lo pagaría su pareja, ella no tenía por qué preocuparse.
Salió con la joya ya en el dedo, luciéndola orgullosa. Se sentía como un ser superior, por encima del bien y del mal, invencible, inmortal. El resto del día fue perfecto y aún les iba a sobrar tiempo la jornada siguiente para dar una vuelta por aquella interesante ciudad que le había otorgado la felicidad absoluta, antes de tener que regresar a su hogar.
Una vez en el hotel cercano a la estación, terminaba ya de prepararse para acostarse, sin poder dejar de admirar cada poco el anillo en su mano, de moverlo ante las luces del tocador, como hipnotizada ante tanto colorido. Entre los brillos de la talla, creyó percibir algo más, dos puntos gemelos que… ¿la observaban? Dos ojos plenos de consciencia la vigilaban. Dos ojos provenientes del diamante engastado central de su anillo.
¡Tonterías! ¿Cómo iba a haber una persona “dentro” de una joya? Tanto admirarla no le estaba sentando bien. Entonces, una voz profunda surgió del anillo, haciendo vibrar su mano. La joven se giró hacia su pareja, haciendo un gesto hacia sus dedos, preguntándole con la mirada si había oído lo mismo que ella. Recibió un asenso silencioso por respuesta. Ambos permanecieron quietos y callados tras haberse sentado cada uno a un lado de la cama y haber colocado el anillo sobre las sábanas, entre los dos.
La voz volvió a reverberar más claramente en la habitación. Hablaba un perfecto español…antiguo, como el de las películas de época, con sus vuesas mercedes, sus aquestos loores, sus otramente habillados… Se presentó como Pietro Pauolo Rubens, pintor favorito de Su Majestad Felipe IV de España y, antes de que los novios pudieran siquiera articular palabra, se afanó en contarles su historia a la manera antigua que hoy parece tristemente perdida: como si de un cuento se tratara.
Pasaron la noche en vela escuchando al anillo (pero sin poder creerse una sola palabra). Supieron así que, a la muerte del artista de fama internacional, su conciencia había quedado atrapada en uno de los muchos diamantes que había ido “cobrando” a cambio de su trabajo. Incapaz, al principio, de hacer otra cosa más que ver el mundo pasar ante sí, distorsionada su visión debido a las paredes traslúcidas de su prisión, había tratado de comprender su situación, de hacer algo para controlar su existencia.
Décadas le había llevado aprender a pasar de un diamante a otro, del mismo modo que un cangrejo ermitaño cambia de concha. Resultaba una empresa harto complicada en la que entraba en juego el ángulo de incidencia de la luz tanto en la joya de salida como en la de llegada. Pero, al menos, había recuperado su libertad, hasta cierto punto.
Mientras tanto, el hogar que había diseñado para él y su familia y en el que habría deseado permanecer había sido abandonado, quedando en ruinas. Tal cuestión le había acarreado muchas penas y sufrimiento. No obstante, con el tiempo, los rumores de que se pretendía reabrir la Rubenshuis, su casa, se habían ido tornando hechos y, cuando el trabajo de restauración hubo finalizado, su taller y morada convertidos en museo en honor a su persona, su motivación se limitó a hallar la manera de regresar.
El silencio se apoderó de la habitación de hotel cuando ya el cielo empezaba a iluminarse. La petición de Rubens era sencilla: la muchacha debía llevar el anillo a la Rubenshuis y ocultarlo en un falso hueco en una pared que solo el pintor conocía. Pero ella no podía deshacerse de su anillo, ¡era demasiado hermoso, demasiado perfecto! Sin él ya no podría ser feliz. No tenían dinero para comprar otra joya a la que enviar al artista para poder quedarse con la que ahora permanecía sobre la cama. Hablaron de destruir el diamante y así, quizás, liberar a Rubens, mas era un riesgo inasumible.
El pintor les suplicó una y otra vez; apeló a sus almas y su bondad; lloró su eterna soledad, anhelando al menos poder descansar eternamente junto a sus pinturas, su antigua vida; explicó a la joven que una joya no podía ser origen de felicidad, aunque quizá sí su estandarte. Quiso advertirla del peligro de quedar atrapado entre los reflejos de un diamante. No le fue posible, dado que la mujer, cabizbaja, recogió el anillo de la cama, lo guardó en su estuche y se lo entregó a su pareja, junto con un folleto en español relativo a la visita a la Rubenshuis. Este, boquiabierto, lo recogió sin decir palabra y se encaminó hacia el museo. Allí, hizo lo que debía, no sin dificultad (dada la férrea vigilancia de los guardias de seguridad), y regresó raudo al hotel. La pareja cerró sus maletas. Había un vuelo que coger.
Desconozco de qué manera se difundió el rumor sobre la joya de Rubens, pero muchos se desplazaron hasta la ciudad de Amberes, desde todas partes del planeta, con el afán de hallarla, codiciando el tesoro, anhelando un contacto con tan gran personaje histórico o, simplemente, pretendiendo publicidad. Todos regresaron a sus hogares con las manos vacías.
Tiempo después de que «la fiebre de la joya de Amberes» se suavizara, a un hogar cálido y feliz llegó un paquete. El matasellos era belga. Dentro, bien protegido bajo capas de plástico de burbujas, había un anillo de diamantes engastados, impresionante. Pero solo un anillo. Fue entonces cuando la familia decidió que ya era hora de irse de vacaciones a Amberes, una vez más».
Guía práctica de Amberes
- Qué visitar en Amberes
- Dónde dormir en Amberes
- Hotel Park Inn by Radisson Antwerp 3*. Buen hotel a un paso de la estación de tren (Web oficial)
- Otros buenos hoteles en Amberes
- Turismo de Amberes
- Turismo de Flandes
- Esta historia es ficticia, aunque se basa en ciertos datos históricos en relación con Peter Paul Rubens y la ciudad de Amberes.
Que linda historia!! Abrazo desde Barcelona made in Argentina
Muchas gracias de parte de la autora :D
hermosa y profesional descripcion!