A la búsqueda de cetáceos marinos en Mazarrón
Amenazaba lluvia en Mazarron, Murcia. A pesar de ello, Jesús, Joan, Pak y yo nos echamos a la mar en busca de un gran tesoro que guarda este pequeño trozo de costa Mediterránea. El Karyam era nuestro velero. Se zarandeaba arriba y abajo ante un mar embravecido que podía llegar a partir la quilla de los barcos con sus rítmicas e incesantes embestidas.
Nosotros, equipados con nuestros grandes teleobjetivos, pero más inexpertos en materias marítimas que Guybrush Threepwood, nos empezamos a marear, y todavía no habíamos recibido ninguna señal de que nuestro atrevimiento fuese a dar sus frutos.
La bióloga a bordo, Rosa, nos mostró cual sería nuestro botín, más valioso que el oro o las joyas. El delfín mular, delfín listado, delfín gris, calderón y gigantes como el cachalote o el rorcual común podían posar ante nuestra cámara, pero para eso había que encontrarlos, y eso no era fácil.
Pasada una hora, el mareo casi se había apoderado de mi por completo, y lo único que podía hacer para combatirlo era tomar biodraminas y dejar que el aire me diera en la cara. Siempre muy cerca de la barandilla por si acaso.
El mar subía y bajaba, subía y bajaba, subía y bajaba, subía y bajaba… ¡Allí! ¡allí! De repente, la emoción se apoderó de toda la cubierta, y apuntamos las cámaras hacia donde nos decían. ¡Se veía una aleta de cetáceo a lo lejos!
Esta era la señal de que íbamos en buen camino, y el rumbo tomado por el capitán no nos defraudó en absoluto. Al principio solo fue este delfín a lo lejos. Después apareció un grupo de 3 o 4 a estribor, y al final estaban unos 8 delfines nadando a nuestra vera, siguiendo la estela del barco.
Nos adelantaban, pasaban por debajo nuestra, y alguno incluso ¡saltaba por encima del agua! También se sumaron a la fiesta unos cuantos calderones, y ambas especies se turnaron en hacernos compañía.
Un espectáculo sorprendente, y que nos mantuvo en vilo mientras estaban presentes y nos afanábamos en fotografiarlos. Pasado un rato se cansaron de nosotros y nos abandonaron, por lo que cambiamos de rumbo a otro lugar que parecía prometedor.
Y tanto que lo fue. Había pelea entre delfines y calderones. Aunque no se viera mucho, pues casi toda la acción ocurría bajo el agua, ésta se estremecía de repente ante las embestidas de ambas especies, unos huían, otros los perseguían, y la historia se repetía al revés. Todo un espectáculo, que según nos decía la bióloga, era más raro de ver que a un cachalote.
Nuestra suerte iba a toda vela, y algunos delfines y calderones se acercaron para seguir haciendo sus piruetas, esta vez bajo un fuerte sol con el que no contábamos, sobre todo tras las previsiones meteorológicas a las que sólo les faltaba decir que iba a nevar en Mazarrón.
No podíamos pedir más de esta salida en barco para avistar cetáceos en Mazarrón, a la que también podemos sumar el haber visto cormoranes y un alcatraz, así como infinitas gaviotas. Tras 3 horas de fructífera búsqueda de verdaderos tesoros, volvimos al puerto sin ningún signo de mareo, que se esfumó tras ver la primera aleta sobre el mar.
Cosas de la emoción que dirían unos. Cosas de ver unos animales tan maravillosos en libertad que diríamos otros.
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