Teruel existe, doy fe

Teruel es un sitio que todos sabemos que está ahí, pero pocos visitamos. Ya sea por su ubicación o por desconocimiento, pero la capital de provincia menos poblada de España es una gran desconocida.

Hace unos años, con la campaña de Teruel existe, se quiso aumentar el turismo en esta zona, aunque aún hoy en día es bastante difícil llegar si no vamos desde Zaragoza o Valencia. Desde cualquier otra ciudad, como por ejemplo Cuenca, el viaje será una pequeña odisea por antiguas nacionales, de esas que había antes de las impersonales autopistas.

Nunca antes había visitado Teruel, y ya le tenía ganas, por eso de haber estado en todas las capitales de provincia de la península. Lo primero que me llamó la atención fue que se encontrara en lo alto de unos barrancos, como ocurre con la ciudad vieja de Cuenca. Y lo otro que me sorprendió fue el color verde, presente en todas las torres y edificios antiguos.

Toda esta arquitectura mudéjar ha sido reconocida como patrimonio de la humanidad, incluyendo la pequeña catedral, con una techumbre de madera perfectamente trabajada. Aún así, para mí el interior de la catedral tuvo poco más de interés, y menos tras tener que pagar una entrada simbólica (2€) por una visita de apenas 5 minutos, donde no se permitía hacer fotos.

Pasada la visita de rigor al templo de la ciudad, tocaba el paseo por el casco antiguo, aprovechando el poco tiempo del que disponía. Vale que Teruel sea famosa por la trágica historia de los amantes de Teruel, pero no me esperaba que las callejuelas estuvieran repletas de graffitis con Te quieros, Te amos y corazones por doquier. Los turolenses deben ser unos grandes amantes, unos grandes artistas callejeros, o ambas cosas por igual.

En poco más de tres horas no me dio tiempo a ver mucho de Teruel, pero entre la plaza de El torico, las vistas desde la plaza del ayuntamiento, y todos los demás rincones que me quedan por conocer, puedo confirmar que Teruel existe, y que volveré en cuanto alguna carretera me lleve cerca.