La Villa Real de Monza, o como un palacio explica la vida aristocrática
Visitar Italia sabes que va a ser un baño en la belleza. Mas muchas veces cuesta encontrar un significado detrás de esta estética si no eres un entendido en el tema, o si sólo tienes unos segundos para quedarte embobado con lo bonito que es, sin tiempo a fijarte en los detalles, a dejar que las sensaciones fluyan para entender qué estas viendo. En la Villa Real de Monza, cercana a Milán, me ocurrió todo lo contrario.
Este inmenso palacio es uno de los tres más importantes de la historia de Italia. Para entender su relevancia, hay que hacer un pequeño recorrido por la historia de sus reales huéspedes.
Historia breve de la Villa Real de Monza
María Teresa I de Austria, de la casa de los Habsburgo, lo mandó construir en 1777 con el propósito de ser la residencia de su hijo Fernando de Habsburgo, cumpliendo además con un doble objetivo: reforzar los vínculos entre Milán y Viena, así como disfrutar de un entorno más agradable que el de la gran ciudad, con un aire más puro y un pueblo más amable.
Monza fue la escogida para albergar este palacio real, que sería la residencia de campo de Fernando de Habsburgo hasta la inevitable llegada de Napoléon en 1796. El emperador francés adjudicó el virreinato de Italia a su hijo adoptivo Eugenio de Beauharnais, al que le debió encantar la villa, pues la convirtió en su residencia habitual, alcanzando entonces el estatus de Villa Real.
A principios del siglo XIX se produce la caída de Napoléon, volviendo los austriacos a gobernar en Lombardía durante un corto periodo de tiempo, el que transcurrió hasta la segunda guerra de independencia, momento en que los italianos recuperaron el control de sus dominios, nombrando a Humberto I de Saboya rey de Italia. Al nuevo monarca también le encantaba la fastuosa Villa Real de Monza, por lo que la amplía ostensiblemente, a la par que su frondoso bigote.
Su gusto por el palacio fue tal que, por macabra coincidencia, fue asesinado a las puertas de la villa mientras presenciaba una competición de atletismo. Corría el año 1900, y su hijo, Víctor Manuel III, era el nuevo heredero de la corona italiana. La villa le traía tan malos recuerdos al monarca que la abandonó a su suerte, donándola años después a los municipios de Monza y Milán.
Tras las guerras mundiales y los numerosos saqueos, el estado de conservación de tan magno edificio era deplorable, por lo que fue objeto de una fuerte restauración en 2003, abriendo sus puertas al público en 2007.
Cómo explica la vida esta Villa Real
Y ahora es cuando por fin podemos ver las entrañas de este palacio que encandiló a tantos monarcas, intentando descubrir que veían en él.
La gran entrada, con su inmensa fuente, ya es una clara demostración de principios. Fue construido con el objetivo de facilitar una buena vida, y para ello el contacto con la naturaleza es necesario. Más, cuando el patio trasero es una porción de bosque, actual Parco di Monza, en el que también se encuentra el circuito de Fórmula 1.
En la gran escalera de entrada (es un palacio real, todo es a lo grande) comienza la visita por el apartamento real del primer piso. Llamarlo apartamento es un eufemismo, pues la visita por todas las estancias dura unos 45 minutos.
Aquí es cuando, si agudizamos un poco nuestros sentidos, veremos como el palacio nos muestra sus secretos y como entendían la vida los aristócratas.
El suelo, con sus motivos geométricos, a veces recordando las formas de la naturaleza, es la base del espacio en que vivimos, de nuestra existencia día a día. Tiene que ser práctico, pero eso sólo no basta en Italia, por lo que también es hermoso, dentro de sus limitaciones de ser el lugar que pisamos.
Justo encima están las paredes, forradas en vistosos papeles que continúan el estilo geométrico del suelo, salpicadas de retratos de familiares, cubiertas de útiles muebles, y donde un gran hueco es la excusa perfecta para poner un objeto que nos importa, que nos da motivos para afrontar el día a día.
Y coronando todas las estancias, el imprescindible techo, que más que proteger de las inclemencias del tiempo, nos inspira a mejorar con sus ornamentados frescos de momentos históricos, de leyendas, de momentos soñados.
Punto interesante es el de las escaleras. Las que van hacia pisos inferiores están ocultas, son estrechas, poco agradables. Las que nos llevan a pisos superiores están bien visibles, son inmensas, invitan a que las recorramos.
En la Villa Real de Monza es fácil apreciar todos estos detalles pues destaca por su elegancia, pudiendo encontrar salas vestidas únicamente por el hueco de la chimenea o por un trono real.
Además de este primer piso real, la visita continúa por los apartamentos privados del segundo piso, aunque esta vez dejamos al guía para hacer la visita con unas pesadas gafas de realidad aumentada al estilo de las Google Glass, que poco aportan más allá de una bonita banda sonora y un dolor de nariz.
En la Villa Real de Monza incluso podemos visitar el ático, espacio en el que se realizan exposiciones temporales. Durante mi visita había una excelente muestra de diseño industrial moderno proveniente de la Triennale de Milán, y una exposición fotográfica con trabajos de Gastel para Rolling Stones Italia.
Ambas exposiciones justifican por sí solas una visita a esta Villa Real, donde también se hacen espectáculos de todo tipo y se puede disfrutar de una buena gastronomía en su restaurante. ¡Ah!, sin olvidarnos de la imprescindible librería, que no tienda de recuerdos, a la salida de las exposiciones.
Pocas veces una visita a un gran palacio real me impactó tanto como esta a la Villa Real de Monza. Igual es porque con Italia no soy objetivo, o porque esta villa alejada de las grandes ciudades sabe mostrarnos lo mejor de la vida.
Información útil para visitar la Villa Real de Monza
- Página oficial
- Turismo de Monza
- Este post es resultado de la campaña #inLombardia365, creada y dirigida por iambassador en colaboración con la oficina de turismo de Lombardía. Como siempre, machbel tiene el absoluto control sobre el contenido publicado.
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