¿Cuándo fue la última vez que viajaste con una cámara de fotos analógica?
Estando en plena era digital, ahora lo que se lleva es viajar con el móvil, que tiene una cámara de fotos aceptable para la mayoría de ocasiones. Hacemos fotos de usar y tirar. Las vemos solo en la pantalla de nuestro móvil y cuando las subimos a las redes sociales. Cinco meses después del viaje, ya ni nos acordamos de ellas. Ni siquiera las enmarcamos o hacemos un álbum con nuestros recuerdos de viaje.
Ahora, lo que hacemos, es inundar las redes sociales con instantes de nuestra vida, estar siempre abasteciendo el agujero negro que son estas redes con novedades y momentos que olvidamos rápido.
Ya no tenemos tiempo para imprimirlas, para recrearnos en los recuerdos pasados, para compartir de manera profunda nuestros viajes. Se supone que nos encanta viajar y hablar de las experiencias que hemos sentido, pero cada vez más nos estamos quedando con la parte superficial del viaje: escenarios e hitos a visitar. Nada de anécdotas divertidas, de momentos de incertidumbre, de no saber qué te vas a encontrar, de salirse del mapa, de dejarse llevar, de simplemente observar. Nos hemos convertido en máquinas de capturar escenarios con nuestro móvil para mostrar lo genial que es nuestra vida a un montón de desconocidos.
¿Dónde quedan aquellos días de expectación antes de recibir las fotografías del viaje? (En el siglo XX había que esperar varios días a que te revelaran las fotos del carrete), ¿aquellos pases a nuestros amigos para mostrarles cómo había sido nuestro viaje?, ¿el cuidar hasta el mínimo detalle del álbum de fotos de cada viaje?, ¿el pensar en cómo hacer la fotografía que más nos gustase para disfrutarla décadas después?, ¿el escoger con sumo cuidado a qué hacer foto y a qué no? (solo había 36 fotos por carrete).
En un intento de recuperar esta magia de antaño, por nombrar de una forma bonita a la incertidumbre e inseguridad, durante 2018 realicé varios viajes acompañado de una cámara analógica Lomo Sprocket Rocket, un juguete de plástico (como la mayoría de cámaras Lomography) que hace fotografías panorámicas.
El reto era mayúsculo, pues yo, criado y educado en la era digital, apenas había usado una cámara analógica en mi niñez y durante las clases de fotografía. Por supuesto, también iba con mi inseparable cámara de fotos digital, pero quería que los tres carretes con los que contaba para la cámara Lomo plasmaran el viaje de una forma única, diferente a la que estoy acostumbrado con la digital.
Con esta cámara de «juguete» solo podía ajustar la exposición con una palanquita que diferenciaba entre sol y nublado y una rueda para enfocar. Nada más. Ni zoom, ni compensación de la exposición, ni ISO, ni histograma, ni ningún otro parámetro. Tenía que medir la luz a ojo, esperar a las horas del día donde mejores condiciones de luz hubiera, y depositar todo mi esperanza en que los resultados fueran aceptables.
Viaje con la Lomo por Asturias (donde resido), Carcasona, Andorra, Navarra y Cataluña. Las primeras fotografías eran casi de prueba, pero contando con lo limitado del material fotosensibles (3 carretes con unas 14 fotos panorámicas cada uno), enseguida me tuve que centrar en fotografiar aquello que más me gustaba, contando con que los resultados serían totalmente impredecibles, pues nunca había usado esta cámara ni estos carretes. Las apuestas estaban echadas.
Probé a fotografiar ríos, bosques, monumentos Patrimonio de la Humanidad, fiestas, animales, playas, personas e, incluso, fórmulas 1. En poco más de un mes expuse todos los carretes y los envié a la casa de Lomo para que los revelara. La suerte estaba echada. ¿Cómo serían las fotografías? ¿Habría alguna aceptable? ¿Estarían todas veladas? Tuve que esperar dos semanas a recibir los negativos y los escaneos de las fotos.
El paquete llegó a mi casa. Momento de tensión e ilusión.
Empecé a ver las fotografías una a una, con calma, rememorando cada uno de los momentos fotografiados con una vividez deslumbrante. Aquí está el caballo, aquí el fórmula 1, aquí Carcasona, aquí las Bardenas Reales. Había algunas fotos oscuras, otras un poco veladas, pero en conjunto mostraban unos momentos irrepetibles en los que había disfrutado de la fotografía y del instante vivido.
No necesitaba compartir estas fotografías en redes sociales ni acompañarlas de frases grandilocuentes. Lo que me pedía el cuerpo era colgarlas de la pared, hacer una pequeña exposición mostrando cómo viajar en modo analógico en la era digital. Así que me puse en contacto con la tienda Lomography de Gijón y, gracias a Mark, realicé mi primera exposición de fotografía analógica.
Estas fotografías analógicas no van a traerme cientos de likes, ni las venderé a ningún cliente, ni serán expuestas en ninguna galería de arte. Tan solo son instantes de mi vida que guardo con especial cariño pues, por una vez, he saboreado la tranquilidad y el espíritu de cómo se hacían las cosas antes. Despacio, sin prisas, y con mucho cariño.
Y tú, ¿cuándo fue la última vez que viajaste de forma analógica?
Gracias a Lomography por ofrecerme esta oportunidad de viajar como antaño y de probar este juguete tan divertido que es la Sprocket Rocket. ¡Hasta me hicieron una entrevista!
¡Ya tiene mérito hacer la F1 con una analógica! Pues mira, en abril 2019 fui a Glasgow llevando una analógica, con carrete de 36 en B&N y un 50mm 1.8. Nada más. En mis clases de fotografía trabajé mucho con analógica (fotografía y revelado) y la verdad es que trabajas más las fotos, la paciencia, el encuadre… El carrete está a medias, a ver si este puente lo retomo
Hay que probar a fotografiar de todo con analógica :D. Pues a darle caña a ese carrete, a ver que joyitas tienes ahí dentro, que hace más ilusión ver las fotos en papel.